Si echo la vista atrás, no puedo evitar sentir un nudo en el estómago y, a la vez, una ternura inmensa por la mujer que fui hace cinco años. Una mujer con muchas preguntas, con heridas abiertas, con sueños guardados en el cajón “para cuando tenga tiempo” o “cuando me sienta lista”.
Pero también una mujer valiente, que, aunque no lo sabía, ya había comenzado su camino de transformación.
Durante estos años me enfrenté a momentos incómodos, decisiones difíciles, aprendizajes dolorosos y muchos intentos fallidos. También tuve destellos de claridad, encuentros mágicos, pequeñas victorias que me hicieron recuperar la fe, y sobre todo, una certeza que se fue gestando poco a poco: no quiero seguir viviendo en piloto automático.
Y aquí estoy hoy.
No porque todo esté resuelto.
No porque ya no sienta miedo.
Sino porque estoy harta de seguir en la misma rueda. Harta de esperar a que llegue el momento perfecto, harta de conformarme con menos de lo que sé que merezco, harta de apagarme para encajar en una vida que no me representa.
Estoy accionando con miedo.
Sí, con miedo. Pero también con determinación.
Porque entendí que el miedo no se va… se transforma cuando decides caminar con él al lado. Cuando dejas de esperar a que desaparezca y, en cambio, te preguntas: “¿Y si lo hago igual?”.
Y aquí es donde quiero hablarte a ti, mujer que me lees.
Quizás tú también te sientes atrapada en una rutina que te asfixia.
Quizás tú también llevas años creciendo por dentro, pero sin atreverte a dar ese salto.
Quizás también sientes miedo… y piensas que eso te frena.
Quiero decirte algo desde el corazón: no estás sola.
Y no estás rota.
Estás en transición.
Y eso también es parte del camino.
Accionar con miedo no es debilidad, es valentía.
Porque cuesta más moverse cuando tiemblas.
Porque hay que tener ovarios para dejar atrás lo cómodo y empezar a construir una vida más auténtica.
Y tú puedes hacerlo. A tu ritmo, a tu manera, pero puedes.
Hoy no te hablo desde la cima, te hablo desde el camino. Desde esta etapa en la que por fin me estoy eligiendo.
Porque ya entendí que si no me muevo yo, nada se mueve.
Y aunque me tiemblen las piernas, prefiero avanzar temblando que quedarme paralizada en lo de siempre.
Gracias por leerme.
Gracias por caminar conmigo.
Y recuerda: cada paso que das, aunque sea pequeño, es una victoria.